Monachil
Cuando a ojos de Mercedes, el ambiente del convento de Santa Inés se fue aflojando, al grado que se sentía confundida por las conversaciones superficiales de otras internas, expresó a sus familiares su decisión de poner fin a su educación en Granada. Su abuela y su padre acogieron con agrado su determinación y a cuatro meses escasos del 12 de agosto de 1890, fecha en que se había ofrecido a Jesús con voto de castidad perpetua, salió de Santa Inés el 21 de noviembre de 1892, cuando frisaba los trece años y diez meses de edad.
El retorno a su pueblo natal será recordado por la madre Trinidad por dos experiencias singulares. Una favorable y otra adversa. En primer lugar, recordará la grata e íntima cercanía que disfrutará al residir en una casa contigua a la iglesia de Monachil, donde apenas una pared le separaba del recinto de la iglesia. Mercedes podría mantener cuantas veces quisiera un diálogo intenso con Jesús, a quien se sentía muy próxima física y espiritualmente. Cabe recordar que durante esos ocho meses nuestra Mercedes experimentó también, como es natural en cualquier adolescente que va viviendo su maduración física, el atractivo hacia las personas del otro sexo; en el caso de Mercedes ese atractivo se orientó un pariente cercano, que muy probablemente era su primo Antolín, al grado que temporalmente se olvidó del compromiso que había contraído con el Niño Jesús en Santa Inés. Vivió también algunos meses en casa de unas primas, y su corazón como el de toda mujer, experimentó el atractivo del cariño y el afecto. En esos meses recibió presiones de parte de varios familiares para que permaneciera con la familia y no regresara más a ningún convento.
No le faltó a Mercedes la oportunidad de acoger alguna propuesta de matrimonio. No obstante, no escapó a los cuestionamientos ni a la reflexión, antes bien, las afrontó y las compartió con don Manuel Carranza, párroco de su pueblo, quien le ayudó a discernir su camino, a reconocer las señales del llamado. Ella fue cayendo en la cuenta de que no podía continuar debatiéndose en aquella lucha interior (21Escritos 6, 24.16:) ―Quería ser trapense o cartuja, deseaba huir del mundo, me temía a mí misma, sentía en mi corazón un fuego de amor ardiente a Jesús… y temía que las criaturas me lo pudiesen robar, temía quedarme en Granada por mi familia a quien mucho amaba. Finalmente, después de ponderar las cosas, de sopesar todas las aristas de su situación personal, llegó a una conclusión definitiva y arregló las cosas, con ayuda de su hermano Carlos; el día 15 de mayo de 1893 presentó su caso y solicitó la admisión en el convento de san Antón en Granada. No faltaron los inconvenientes de diverso género, desde la resistencia de una tía suya, llamada también Mercedes, que no estaba convencida de la conveniencia de su ingreso, hasta el problema más llano y directo, de la falta de espacio, pues la tradición del convento marcaba que la comunidad solo podía contar con 33 monjas. Estando completo el número, no habría espacio para admitir a la jovencita llegada del serrano pueblo de Monachil.