La profesión religiosa es abrazar el estado religioso y sus tres votos tradicionales y bien conocidos de pobreza, castidad y obediencia, según la Regla de una Orden canónicamente aprobada; mediante estos votos, la religiosa o monja se compromete ante Dios, a vivir una vida coherente con el estado abrazado. En términos seculares la traducción sería, el matrimonio. De esta forma, la monja o religiosa al profesar, formaliza ante la Iglesia su acto de entrega personal, dando testimonio ante los hombres y mujeres, de un amor más grande que trasciende la muerte y es más fuerte que ella.
Cumplido el año de noviciado, la Comunidad admitió por votación secreta, a sor Trinidad para que hiciese su profesión solemne. Ella esperaba ese momento para consagrarse a Dios por los votos de obediencia, castidad y pobreza hasta la muerte. Y lo esperaba como una inmolación, muriendo a sí misma para vivir como víctima ofrecida a su amado Esposo en favor de los hombres y en reparación de las ofensas a Jesús sacramentado.
Sor Trinidad quiso disponer bien su alma antes de emitir los votos religiosos. Con esta intención acudió al padre Ambrosio de Valencina, quien la venía ayudando espiritualmente y la había defendido ante la comunidad para que no saliera de San Antón. Le dio cuenta de su alma en la confesión y le preguntó qué quería el Señor de ella. Y este santo religioso le contestó: “Que te hagas santa de verdad, ahora quiere Jesús de ti que te santifiques aquí; que si la casa amenaza caer, te apartes y sigas tu camino; comunión diaria será tu alimento; abrazada a la Cruz, tu báculo; la estrella María, tu luz y guía… y ¡adelante!, que para llegar hasta donde Jesús te llama pasarán 40 años”. Este consejo lo tuvo muy presente durante toda su vida.
El día veinte y seis de noviembre de mil ochocientos noventa y siete, fiesta de los Santos Desposorios de San José con la Santísima Virgen, profesó solemnemente, pasado el año de probación, sor Trinidad del Purísimo Corazón de María Carreras Hitos. Fue agraciada con el dote que la Excma. Señora Marquesa de Blanco Hermoso, doña María de los Dolores Escobedo Callejón, dejó a la Comunidad en su testamento otorgado en Madrid. El compromiso que contrajo por la profesión lo guardó sor Trinidad con fidelidad durante toda su vida, siéndole fiel hasta el día de su muerte.
