Madre Trinidad:
Orfandad y Educación (PARTE II)
EDUCACIÓN EN SANTA INÉS II
Mercedes y su hermana Pepita se encontraron en el convento de Santa Inés con una veintena de niñas, la mayoría ya adolescentes. Eran de las más pequeñas, por lo que la madre Abadesa las agrupó con otras tres de la misma edad y las puso bajo el cuidado de la hermana sor Rosa Robles, esta religiosa, sería para Mercedes su confidente y orientadora hacia la vida religiosa, la que le inculcó el amor a Jesús y el acercamiento hacia el sagrario.
Mercedes que seguía en sus trece con la idea de regresar a casa cuanto antes, quería ponerse al frente de ella y así evitar que su padre les pusiese madrastra. Sor Rosa, con un gran sentido maternal y una pedagogía intuitiva, fue ganando paulatinamente a la niña y encauzó sus fuertes ímpetus hacía una religiosidad auténtica, haciéndole ver, que en la lucha y tras la lucha por conseguir algún objetivo, siempre debe estar la aceptación de la voluntad de Dios.
Mercedes fue perdiendo poco a poco la esperanza de poder hacer algo para evitar que su padre, Don Manuel Carreras Chamorro se casase, aunque seguía sin dar el brazo a torcer. Ante la impotencia de poder arreglar el problema familiar, Mercedes se fue metiendo, casi sin darse cuenta, en otro mundo. El niño Jesús, la seducía, la arrastraba, la llevaba hacia el sagrario, y allí, tras las rejas del coro, por tratarse de un convento de clausura, Mercedes le llamaba, le daba golpecitos para que saliera a estar con ella. Era la oración de una niña enamorada de Jesús bajo las especies sacramentales, que estaba muy convencida de que allí estaba Jesús esperándole y acudía llena de fe y de amor, y se sentía cada vez más feliz en este idilio.
Allí, en Santa Inés, Mercedes empezó a confiar su alma a su primer director espiritual, a don Maximino Fernández del Rincón, canónigo lectoral de la Catedral de Granada entonces, y después obispo de Teruel y de Guadix. Este buen sacerdote, dirigió los primeros ejercicios espirituales que hizo Mercedes, e influyó fuertemente en la dirección espiritual de su alma.
Llegó para Mercedes el día tan temido. Su padre se casó con Victoria el 15 de junio de 1890. Ambas hermanas fueron llorando a desahogarse ante la imagen de Virgen de Belén y allí se lamentaban, pero Mercedes seguía en su aflicción y no acertaba a apartarse de allí, y cuando se vio sola, se abrazó a la imagen de la Virgen le dijo: “Madre mía, yo quisiera un hombre cariñoso y fiel que no se olvide de mí, y que si papá ha hecho esto con mamá, poner otra mujer a sus hijos por madre, yo no quiero más que a ti, madre mía.”
En esos momentos sintió que la Virgen la aliviaba a la vez que le daba su Hijo y le decía: “Este será tu Esposo a quien te entregarás con todo el amor de tu corazón, y él te dará esa fecundidad espiritual que de tus sacrificios y dolores espera Jesús para su gloria muchas almas que le sigan y amen.”
Dos meses más tarde, concretamente el 12 de agosto de 1890 y con tan solo once años y medio de edad, Mercedes siente fuertemente la llamada de Jesús y se ofrece con voto de castidad a Él para siempre. Siguiendo esta trayectoria de ser solo para Jesús y con la ayuda de las monjas y de la dirección espiritual, que inició en Santa Inés y no descuidó en el resto de su vida, iba preparándose Mercedes para consagrarse como monja de clausura cuando cumpliese la edad canónica. Todo apuntaba que sería en Santa Inés, pero Dios tenía otros planes más grandes para ella. Las compañeras se fueron haciendo mayores y se incorporaron otras también en edad adolescente y entre ellas surgieron conversaciones y comentarios típicos de la edad de jovencitas sin vocación religiosa, lo que hería la sensibilidad espiritual de Mercedes que iba muy segura en otra dirección. Quiso salir de ese ambiente y le pidió a la abuela le cambiase de lugar, a otro convento, al de las Clarisas de la Encarnación. El 21 de noviembre de 1892 la abuela la sacó de Santa Inés, tenía Mercedes trece años y diez meses. Su hermana Pepita permaneció allí por dos años más. (Continuará)