Madre Trinidad:
Monachil y su familia
Monachil – PRIMEROS AÑOS (1879-1893)
El punto de partida de la vida de la madre Trinidad es Monachil, el pueblo de la provincia de Granada, donde nació, el 28 de enero de 1879, y donde vivió los diez primeros años de su vida y los seis meses previos a su entrada en el convento de San Antón de Granada.
Monachil es un pueblo pequeño de la vega granadina, asentado en las márgenes del río que le da su nombre. Este río llega al pueblo en un corto y rápido recorrido desde la garganta septentrional de Sierra Nevada, donde nace por bajo el picacho Veleta, y continúa su curso, ya más tranquilo, hasta verter sus aguas en el río Genil, a 22 kilómetros de su nacimiento.
La situación geográfica, al comienzo de la falda de la sierra, y los muchos cerros del término municipal, hacen de este pueblo un lugar pintoresco. Llegando desde Granada, único acceso por carretera, y después de pasar el Barrio Bajo y de remontar el Barrio Alto de Monachil, se empieza a apreciar, como a unos dos kilómetros, un conjunto de casas asentadas en una hondonada rodeada de una empinada montaña, que forman un muro infranqueable que corta la vista y también el paso a la carretera. Ya en el pueblo, llama la atención, la hermosa iglesia, el cauce del pequeño río Monachil que cruza encajonado la vecindad, beneficiándola con sus aguas frescas y, sobre todo, la cercana y gran montaña que preside el entorno.
El clima de este pueblo es húmedo y frío, con fuertes heladas en los inviernos. La economía de sus habitantes se ha basado en la agricultura: cereales, aceite y fruta; y en algún tiempo también en la explotación de las canteras de yeso y cal, y la industria de papel y paño, junto con los molinos de harina y aceite.
De Monachil han salido muchas y buenas vocaciones sacerdotales y religiosas, lo que denota las buenas costumbres y la arraigada religiosidad de sus vecinos. Una de estas vocaciones fue la de la madre Trinidad, en el siglo Mercedes Carreras Hitos, fundadora de las Esclavas de la Santísima Eucaristía de la Madre de Dios.
Orígenes familiares
Los padres de la madre Trinidad, don Manuel Carreras Chamorro y doña Filomena Hitos Linares, se conocieron en Málaga, y tras unas relaciones de unos tres años, no bien vistas por los padres de doña Filomena por ser el pretendiente de su hija y su familia desconocidos de ellos1, contrajeron matrimonio en Monachil el 9 de julio de 1871. Contaban en el momento de matrimoniar el esposo 27 años de edad y la esposa 19.
Don Manuel era natural de la villa de Martos, en la provincia de Jaén, y de profesión guardia civil. Conoció a doña Filomena de una manera providencial, por un favor de la Santísima Virgen, según le contaba a sus hijos, y que refiere la madre Trinidad en sus escritos:
«Mi padre, de edad de quince años quiso ser militar y marchó a Guadalajara (según le oí referir muchas veces, pasó su vida en Castilla la Vieja en distintos puntos), y estuvo muchas veces en grave peligro de perder su vida en cumplimiento de su deber, y que la Virgen Santísima, de quien fue devotísimo, le libró cuando la invocaba con fe y amor de hijo. ¡Cuánta fe tenía su corazón refiriéndonos con lágrimas los favores singularísimos de su patrona la Santísima Virgen de las Maravillas de Martos a donde nació!
»Sus palabras: “Siempre estaré bendiciendo a mi madre la Virgen Santísima la protección y cariño con que me acompañó siempre en todos los pasos de mi vida militar, y a pesar de mis travesuras en mi juventud, donde quiera que veía una imagen de la Virgen me descubría y rezaba sin temor a las censuras de mis compañeros, que no siempre sentían como yo. Y la bendita Madre cuidó siempre de mí. Mayor ya, me preocupaba del estado que había de tomar; quería encontrar una compañera ideal que me hiciera feliz… y no veía nada que llenara mi corazón, a ella encomendé con toda la fe de mi alma este asunto y puso en mi camino una mujer dotada de un alma hermosísima con un corazón de ángel, ¡vuestra madre!, prudente y discretísima que me dirige.
»No tenía un céntimo, la divina Providencia dispuso tuviese que ir con mi Coronel a Málaga, y en el mismo hotel, se hospedaba una señora con tres hijas, que pronto hicieron amistad con las hijas de mi Coronel, la mayor me encantaba oírla en las tertulias y reuniones de ambas familias. Era sumamente jovial, discreta, sencilla, alegre, tan simpática en su trato, tan agradable en su conversación que la familia de mi Coronel, pidió a la señora madre, dejase a sus hijas acompañar a las suyas, para hacerles más amena la temporada, que ambas habían ido de recreo. Me parecía todo providencial.
»Entonces yo buscaba la Patrona de Málaga, y pasaba muchas horas al pie de la Virgen de las Victorias pidiéndole que me diera aquella señorita por mi compañera. Salí de la iglesia, seguro que la Virgen me había oído, y en efecto, aprovechando una ocasión en que fui acompañando a las hijas de mi Coronel, me acerqué a ella y le dije: a la Virgen de las Victorias le confié un encargo de interés para usted, ¿no le ha dicho nada?
»Quedó en silencio y calló. Su silencio fue la contestación de la Virgen; a ella fui lleno de gratitud, y ella me dio fortaleza para conseguir mi intento, a pesar de la persecución y guerra que tuve que sostener tres años con toda su familia que se oponía a que llegase a ella. ¡Bendita sea la Madre de misericordia!”.
»Estas fueron sus palabras siempre que nos contaba, siendo pequeños, cómo vino de Jaén a este pueblecito de la vega de Granada.»
Sus padres
De lo referido se aprecia que don Manuel era un hombre creyente, aunque no tuviese el fervor religioso de su esposa y de la familia de ésta. Pasaba también por ser un hombre bondadoso y generoso. Su hija, la madre Trinidad, dice:
«Tenía un gran corazón para los pobres a quienes repartía cuanto ganaba, hasta el punto de quitarse sus ropas para vestir algún pobre desnudo, como un invierno, volvió a casa sin capa porque encontró un pobre medio muerto de frío y se la dio; y mientras tuvo, no dejó nunca de socorrer todas las necesidades, y siempre llevaba detrás de él muchos pobres que le llamaban su padre. Muchos años después de muerto, cuando venían del pueblo al convento, me decían contristados: “Aquel hombre no debió morir; mientras él vivió con nosotros no se conoció el hambre en el pueblo, nos socorría a todos y no nos cobraba” (tenían almacén o tienda).»
De los padres de don Manuel se sabe que se llamaban José Carreras González y María del Carmen Chamorro González y que eran naturales y vecinos de la referida villa de Martos. Otros datos de esta familia son desconocidos. La madre Trinidad se limita a decir: «Mis abuelos paternos no los conocí, pues mi padre era de Jaén y no tuvimos ocasión de conocernos, sólo por escrito.»
Doña Filomena era natural de Monachil, al igual que sus progenitores. Ocupaba el cuarto lugar entre los siete hijos de la familia, de los que solo el quinto era varón. Sus padres, don José Hitos Lafuente y doña Josefa Linares Arboleda, eran «labradores con una desahogada fortuna que les hacía vivir y educar a sus hijos con todas las comodidades de una familia que vive de sus rentas, sin preocuparse más que de la cristiana educación de sus hijos en el santo temor de Dios.»5 En el pueblo gozaban de fama de buenos y fervientes cristianos y eran conocidos como “la familia levítica”, por la mucha atención que prestaba a la parroquia y a todo lo relacionado con el culto.
La religiosidad de los Hitos Linares es algo notorio y digno de consideración. Dos hijas de este matrimonio fueron monjas: sor María Paz, que entró en las clarisas de la Encarnación de Granada, y sor Mercedes, en las capuchinas de San Antón, también de Granada. Esta última jugará un papel importante en la vida de la madre Trinidad probándola durante el largo período de postulantado y aconsejándola que se marchase a otro convento, como después se verá. Los otros cinco hijos se unieron en matrimonio y tuvieron hijos de los que salieron dos jesuitas, un sacerdote y siete religiosas. Dios bendecía así la religiosidad de esta familia.
El alma de esta religiosidad era doña Josefa, la abuela, mujer de carácter entero y de una piedad poco común en una mujer, que, como “la mujer fuerte” –según la llamaban sus nietos–, crió a sus hijos y nietos en la fe cristiana y los mantuvo muy unidos mientras vivió, como si se tratase de una sola familia.
Doña Filomena era una mujer inteligente, culta, de carácter jovial y expresivo. Estuvo interna en las clarisas de la Encarnación de Granada, donde tuvo por maestra o formadora a su hermana sor María Paz y donde también tenía una tía, la madre San Gabriel, que la inclinaba a la vida religiosa, pero no sintiéndose con vocación, concluido el periodo de tres años de educanda, volvió con sus padres a Monachil. Era aficionada a la música y escribía poesías que recitaba a la familia. Los años de formación en las clarisas de la Encarnación y el ambiente religioso de la familia hizo de ella una mujer de gran religiosidad y de delicada conciencia. Quería ser toda para Dios, por lo que «alguna vez solía decir a su madre: “nada, que mi corazón debió ser todo de Dios, y en un descuido lo dividí, y ahora quiero darle el corazón de mis hijos”.» Ciertamente fue una madre que en los pocos años de su vida educó a sus hijos para que sus corazones fueran de Dios.