Dios pide a Madre Trinidad la Adoración perpetua
19 de marzo 1912
Hoy es muy común, en los monasterios de vida contemplativa, que esté durante algunas horas al día el Señor expuesto. Hay casos concretos de algunos, que, por alguna razón o inspiración, pidieron este privilegio en el pasado, pero lo dicho, antes (principios del XIX) era solo cuestión de unos pocos monasterios u órdenes concretas. Los demás, la mayoría, tenían las funciones religiosas ordinarias o particulares de la Orden, y la adoración perpetua era poco usual y casi su totalidad quedaba dentro de los muros de la clausura.
Pero Madre Trinidad, que vivía en aquella casa de paz y amor que era el monasterio de San Antón, de Capuchinas de Granada, no cortaba las alas a los deseos que se encendían, o mejor cobraban fuerza y un horizonte algo más real para lograrlos. Desde pequeña el AMOR de Jesús la había cautivado. No la dejaría tranquila, hasta convertirla en fundadora y sobre todo, en convertir sus casas, en focos de adoración al Santísimo Sacramento.
En marzo, concretamente el 19 de marzo de 1912, nuestra Madre recibe de una forma singular la llamada de Dios para que instaurase la adoración perpetua (ella pensaba que se refería a instaurarla en su comunidad). Por aquel entonces era abadesa y gozaba de la admiración y apoyo de su comunidad en todo, en todo menos en esto. Ella nos cuenta su disposición interior: “A esta religiosa, que tan infiel e ingrata fue por un tiempo al Señor, el demonio la perseguía horriblemente hasta ponerla a punto de morir, el Señor le mostró el infierno, le manifestó su voluntad, la devolvió la salud, la probó con terribles sufrimientos y calumnias; y la pidió como satisfacción de sus años de pecados, le llevase muchas almas a la vida capuchina de adoración perpetua y retiro en la más estricta observancia capuchina”.
No era nada nuevo, pero como no hay nada más novedoso que el amor, sus ímpetus de adoración y reparación no fueron bien acogidos por la comunidad. ¿Por qué? Es fácil de entender. A veces, para leer el propio carisma a la luz de los tiempos, lo más aconsejable es sumergirnos en las fuentes. La vida capuchina, totalmente probada, experimentada y válida, no contemplaba ni necesitaba dicha adoración perpetua. Ya las monjas en sus constituciones y Regla, tenían explícitamente lo que tocante a este tema debían hacer. De hecho, parte del pensamiento de aquellas venerables monjas al rechazarla, residía en no agregar nada nuevo y no grabar más la vida de las capuchinas.
Pero Madre Trinidad hacía mucho que había perdido pie en el asunto. Este asunto era cosa directa de Dios. De niña, era verdadera atracción lo que sentía por Jesús Eucaristía, y los primeros años de vida religiosa, estaban impregnados en ese mismo amor, casi obsesión… Dejamos que sea ella la que nos lo cuente. El texto que os proponemos es del 28 Julio de 1893, aniversario de “mi entrada de postulante en las Capuchinas de Jesús y María de Granada día que cumplí 14 años y 6 meses de edad, en la que empecé mi postulantado…”.
… Al entrar en la tribuna me pareció ver a Jesús dulcísimo acompañado de san Pedro y san Juan, muy deprisa con una niña pequeñita, flaquísima, legañosa, llena de miserias y ciega, que no podía andar, y Jesús no la soltaba; iba tropezando mucho, y Jesús la sostenía y levantaba… San Pedro y otras veces san Juan, quisieron tomarla, y Jesús no la soltaba hasta que llegó a una piscina con cinco caños de agua y sangre y la sumergió allí, y mirándome Jesús parecía decirme: “Esta pobre ciega eres tú, quiero curarte, guiarte y hacerte mía, mi pequeña víctima. Si me eres fiel, en ti haré a las almas singulares gracias y derramaré los tesoros de mi Corazón Eucarístico de amor y misericordia haciéndoos compañeras y adoradoras de mi Amor sacramentado, que atraigáis con oración y penitencias la misericordia y conversión de tantas almas que mueren sin conocerme, y de tantas que conociéndome desprecian mi amor y beneficios, haciéndome las injurias y sacrilegios de mi pasión en el mismo altar del sacrificio… Deseo repares, desagravies mi amor ultrajado, y atraigáis muchas almas a esta vida de adoración, inmolación y de víctima. Vuestra penitencia la exijo sobre todo en la negación de vosotras mismas. Recibiré la inmolación y en la humildad y perfecta obediencia recibiré la más agradable víctima que de vosotras espero: en pobreza de espíritu, en pureza de alma de cuerpo y de juicio, en obediencia rendida y perfecta con el silencio y amor que me entregué a la muerte de cruz por cumplir por amor vuestro la voluntad de mi Eterno Padre”.
Dios desde luego venía acrecentando en su corazón ese fuego que estalló luego y cuya llama sigue viva en cada una de las casas de la Congregación. No era agregar en odres viejos lo que bullía, bien se sabe del Espíritu Santo, dentro de ella. Era levantar un edificio que ardía en deseos de adoración y reparación. Madre Trinidad no quería amar solo por ella, quería poner corazón y voz a todos los hombres y mujeres del mundo. Digamos que su inmolación, sacrificios, pero sobre todo la adoración al Santísimo Sacramento, ostentaba una dimensión sacrificial, intercesora…
“¡Oh Padre eterno!, concede a mi alma la gracia de pureza y amor con la que dé principio de veras a una vida de inmolación, de adoración y de víctima de vuestro amor sacramentado, reparando los ultrajes y sacrilegios que se cometen contra vos…”.
Aquel 19 de marzo, fue especial. Si que lo fue, en sus palabras: “Hacía cinco años, que muy parecido a esta visión le manifestó el Señor su voluntad en la noche del 19 al 20 de marzo que se celebraba con gran solemnidad el Centenario (VII) de la fundación de la madre santa Clara. En ninguna de las dos ocasiones pude entender cuál era el sitio destinado por la Divina Providencia para levantar el trono de adoración a Jesús Sacramentado. Mi confesor y director me humillaba mucho creyéndome ilusa, lo mejor que podía pensar de mí. Después de esta segunda visión el director empezó a creer, fuese voluntad del Señor ayudase eficazmente a mi alma, porque llevaba tiempo de sentir en el santo sacrificio de la Misa un fervor extraordinario, y entendía que la Divina Providencia le confiaba esta obra de adoración y desde entonces no perdonó sacrificio por ayudarnos y así estuvimos con grandes luchas y dificultades hasta el año 22…”. Y hasta aquí la historia.
Es tiempo de agradecer. Dentro de unos pocos años, la Congregación entrará en su primer centenario, que bueno es Dios que nos ha concedido, casi 100 años de adoración. Nuestra Madre desde el cielo, ha de mirar orgullosa a sus hijas. Hoy nos sigue diciendo: “¡Venid, hermanas (hermanos) mías, a la adoración perpetua!…”.