Monachil (Granada) 28 de enero de 1879. 11:15 pm
Entre la niebla espesa de la noche que se cierne y los últimos cantos de los pájaros, Monachil se recoge sin novedades, como todos los días. Los anales de la historia y Google no fallan, y por más que nos hemos empeñado en buscar una “estrella” o algo distinto en el calendario de efemérides o hechos insólitos de ese día, no ocurrió nada. Nada, salvo esta bella historia que comienza aquí.
Es martes de un invierno crudo, como todos los inviernos en Monachil. No se escuchan ruidos y el nido de las cigüeñas blancas que año tras año se repuebla sobre el techo de la sacristía, está vacío. Hasta San Blas no las veremos.
Los agricultores y pastores coronan las últimas horas del día, reciben la oscuridad mientras regresan por los caminos de sus tierras de labranza y pastoreo. Sus botas enlodadas rematadas en lana y enfundadas en calzas, chapotean el charco de la plaza que refleja la fachada de la Iglesia. Hay profesiones que no descansan nunca. Estos héroes del alba y de la noche, con sus largas capas de estameña cruda y mil historias sobre los hombros, forman parte de las fuerzas productivas en los hogares humildes, hogares cuya única preocupación, es el aquí y el ahora. Los gritos de las vendedoras ambulantes anunciando pan caliente y leche fresca han enmudecido, ha cesado el concierto de niños alrededor de la fuente jugando a la peonza, y a los lejos, un búho real desgarra el silencio que se otorga el pueblecito. Monachil, en plena Sierra de Granada, es un espacio de paz y costumbres.
A través de los cristales de “Casa Alta” se vislumbran demasiadas luces y más jaleo de lo normal. No pinta la cosa que quieran o puedan descansar hoy. “Casa Alta” es el hogar de un joven y cristiano matrimonio cuya historia también providencial, contaremos luego. Don Manuel Carreras y Doña Filomena Hitos, así se llaman. A las afueras del pueblo, con dos plantas y paredes encaladas en blanco impoluto, su hogar nos reserva una alegría.
¿A qué se debe tanto entra y sale de personas, las mujeres mirando con rostros largos desde las ventanas, la abuela y su inseparable rosario? Hasta don Manuel ha regresado de Toledo donde trabaja como Guardia Civil, después de un aviso urgente por peligro de muerte. Han llamado a la comadrona y eso es señal inequívoca de que Doña Filomena está de parto. No se sabe lo que traerá. Si niña o niño lo querrán igual. Pero después de tres varones y tener la continuidad del apellido asegurada, quieren una hembrita. Eso no lo pueden negar.
Las cosas en el matrimonio no atraviesan el mejor momento. Precisamente uno de los desencadenantes de la crisis, es el trabajo de don Manuel. Pasa demasiadas temporadas fuera de casa, y mientras en el hogar, espera con el alma en vilo por los mil peligros Doña Filomena y los niños. Ahora estarían conectados todo el día al WhatsApp o por videollamadas y redes sociales, pero a finales del s. XIX, la comunicación era harina de otro costal. Ella, prefiere que se quede en Monachil, que le ayude con la educación de los niños y que administre la hacienda familiar. Pero no, don Manuel se mantiene firme y no cede, al menos por ahora.
A pesar de estar fuera, llega a tiempo ataviado con su uniforme y tricornio en mano. Hace unos meses que su esposa, ante su negativa al cambio, ha decidido ir a vivir donde sus padres y no tiene idea de volver a menos que don Manuel ceda.
Por películas o libros sabemos cómo eran los partos de la época. Nada de hospitales. Todo se hacía en casa. La mayoría de los partos de la España rural, eran atendidos por parteras tradicionales. Mujeres sin formación específica que, además de asistir en el nacimiento, tenían más ocupaciones domésticas (coser, cocinar, limpiar). Su sabiduría eran los años y los miles de nacimientos a sus espaldas, la sólida tradición oral y mucha, mucha fuerza de voluntad para estar disponible cuando se le necesitase. Con el tiempo, fueron sustituidas por las matronas y los galenos reglados. Por la posición económica de la familia, podrían haber conseguido un buen médico para el trance, Granada está a tiro de piedra. Pero en los pueblos, la seguridad y la confianza que da una partera de las de toda la vida, es aplastante. Y aunque los titulados vienen de camino en sus intentos, aún no han monopolizado el negocio por completo.
Para las parteras de entonces (poco sabemos de ellas y de sus aportaciones a la ciencia, sobre todo porque la historia ha sido escrita en su mayoría por hombres), existían ciertas precauciones y obligaciones además del parto. Entre ellas, la de entrevistarse con la embarazada antes para un diagnóstico de la gestación, dar ciertas nociones de higiene y visitarles durante los ocho primeros días del puerperio. Esta visita postparto, tenía la misión de chequear el estado general y la temperatura de la madre y su recién nacido. Era muy frecuente la fiebre puerperal, que es una inflamación séptica en alguna zona concreta o generalizada, que se produce en el puerperio. ¿Su origen? Las modificaciones, desgarros y laceraciones que se ocasionan en el aparato genital femenino durante el trabajo de parto. Como apunte curioso, eran también las encargadas de administrar el sacramento del bautismo a los neonatos “in articulo mortis”, para cuya tarea también se les instruía.
Sabemos poco de cómo se desarrolló el alumbramiento. Si, que fue durante la noche, entre el 28 y el 29 de enero. Pero no es difícil imaginar por el movimiento en la última planta de “Casa Alta”, que algo no va bien. A propósito del parto en el siglo XIX, no era empresa fácil. La vida y la muerte se daban la mano, luchaban por prevalecer una sobre la otra. El resultado final no estaba asegurado, ni siquiera después del nacimiento.
Gracias a los descubrimientos científicos, durante esta época, se va regularizando el concepto de asepsia y tomándose más precauciones con la higiene pre, durante y post parto. Para suerte de esta nueva criaturilla que nace, los guantes ya forman parte de la práctica habitual. Decir más o querer detallar es especular.
Algo va mal y no es cuestión de higiene. Sabemos que algunos partos se complican más que otros y este lo fue especialmente. ¿De qué tipo de complicación se trata? En los escritos de Madre Trinidad, la única referencia al respecto que hemos encontrado, da algunas pistas para reconstruir en tanto se pueda la historia. Nos dice: “Nos refería mi madre, que le di mucho quehacer desde antes de nacer, estuvo a la muerte, y avisaron a mi padre que estaba en Toledo, porque creyeron moría, y al nacer quedó completamente buena …”.
Entre las complicaciones frecuentes que cazan con la descripción, que sitúa la incidencia antes de nacer, podría haber sido desde problemas relacionados con el cordón umbilical, rotura prematura de la fuente, asfixia perinatal hasta sangrado excesivo. Dicho esto, todo queda en un susto.
Al joven matrimonio le ha nacido una niña, una preciosa niña que sería la alegría de la casa y la más consentida de su papá, por ser la primera entre tantos varones. Desde ese momento, cambia por completo la relación de sus padres y se consolida un proceso de cambio que terminará con Don Manuel administrando los bienes de la familia. Parece que el estar lejos en momento donde era tan necesaria su presencia le hizo reflexionar. Tanto su esposa como su hija, habían estado al borde de la muerte y él lejos, pudiendo estar cerca. (Continuará)