El ingeniero Arturo Soria, fue el autor del proyecto de ciudad lineal de 1886 y precursor de las propuestas de Ebenezer Howard sobre la ciudad jardín que aparecerán con el cambio del siglo XIX al XX. El elemento clave en dicho proyecto: el tranvía. Los planos disponían la construcción de una vía principal de 40 metros de ancho que uniese dos puntos de la ciudad. En ambos sentidos, discurriría un tranvía de circunvalación de unos 50 kilómetros de longitud. En paralelo, una calzada para peatones, y otra para carros y animales. Todas ellas separadas por hileras de árboles. A su vera, las parcelas edificadas, donde se levantaban las viviendas, los lugares de ocio y demás servicios. Se trataba de construir runa urbanización con una morfología abierta y ordenada, donde sus parcelas no sufrieran la especulación y sus habitantes estuvieran fácilmente conectados gracias a un transporte barato.‘En cada casa, una huerta y un jardín’ Estaba prohibida la construcción de adosados y toda edificación debía separarse al menos cinco metros de la vía principal y transversal. De esta manera, quedaba claramente definido dentro de la parcela, un espacio para la huerta o el jardín. La Ciudad Lineal protagonizó un crecimiento imparable y se convirtió en una ciudad completamente autónoma. Para principios del nuevo siglo, el tranvía era eléctrico y, para su funcionamiento, fue preciso construir una fábrica de electricidad en las inmediaciones de la urbanización. La red de agua se surtía del Lozoya y de otros manantiales de alrededor. Los vecinos de dentro y fuera de la urbanización se reunían para disfrutar con la familia de un espacio abierto en el que respirar aire puro y disfrutar de las tiendas, los teatros o el mítico velódromo de Ciudad Lineal. Lamentablemente, el proyecto tuvo un crecimiento limitado. La gran vía principal,hoy conocida como la calle de Arturo Soria, nace en Chamartín y desemboca en la calle Alcalá. De sus escasos cinco kilómetros de longitud quedan hoy recuerdos contados. El que fuera un proyecto visionario, imitado posteriormente en otras ciudades del mundo, sucumbió ante la crisis.
Ya teníamos casi medio Madrid andado y visto, y sin encontrar nada que para el caso necesitábamos, pero siempre confiando en el Señor, la Virgen y la continua oración de nuestra Madre que por este fin hacía, y la ayuda de estos señores, nos manda D. Eusebio un día, ir por la Plaza de Toros y coger allí un tranvía que sube a Ciudad Lineal, tiene trece paradas, y muere en Chamartín. Total que nos metimos en el tranvía y sin saber dónde debemos parar, Residencia de las Hermanitas de los Pobres. Calle Duquesa vemos desde él, la cúpula de una iglesia, y en la parada 9, nos bajamos. Entramos por la calle primera que vimos, y empezamos desde el principio a ver. Llegamos a lo que hoy es 21; en aquella cancela nos paramos una a cada lado, y veíamos con cariño aquel hotelito, nos parecía que tenía algo de convento…… Llegamos al día siguiente, y muy cerquita del hotelito, había una casita bien humilde, y nos dice una buena mujer, la que hoy conocemos, la señora Carmen, muy buena por cierto, su marido tenía un carrito y hacía con él transportes, fueron después muy buenos para nosotras. Nos dijo así: Aquí no vive nadie, las dueñas de esta casa son las Hermanitas de los Pobres, parece ser que de noche vienen dos ancianos a dormir, y por la mañana, marchan al asilo. Ya enteradas de todo, le pedimos la dirección de las Hermanas, y nos dicen Carabanchel bajo, Asilo. Inmediatamente fuimos, llamamos a la M. Superiora. Después de un afectuoso saludo, todo fraternal, nos manda sentar y espera digamos el fin de nuestra visita. Ya todo expresado, le íbamos notando grande deseo de ayudarnos, atendiendo lo máximo a nuestro pedido, para todo lo que estuviera a su alcance. Viéndola tan maternal y fraternal, con una sinceridad y caridad extraordinaria, y nunca vista, nos dijo abiertamente: Miren MM.: Esa casa para nosotras es de un peso enorme, pues visto que tenemos que pagar multas cada vez que no tenemos la luz de fuera encendida, acordamos se fuesen todas las noches dos ancianos, enciendan la luz, y por la mañana la apaguen y se vengan para casa. Pero vean mis buenas madres, nos hemos enterado, y tan providencialmente, que estos ancianos, en vez de cumplir este mandato, se van a la taberna, pasan allí la noche y luego llegan aquí de mañana, en las condiciones que son de suponer. Como se trataba de las religiosas, el Señor me dio para resolver la situación y necesidad de ambas partes. Como nos quedamos algo impresionadas, al oír a la Madre, según creo, con seguridad, que fue el señor el que me inspiró le dijese a la Madre lo siguiente: Madre, si Vd. quiere, lo ve bien y le parece mejor, como nosotras estamos en este plan, haciendo las gestiones necesarias para conseguir la casa que necesitamos, nos podía dar las llaves, nosotras quedábamos a dormir y cuidábamos de la luz, mientras vamos escribiendo a nuestra Madre, y con la respuesta que nos dé, vendremos a comunicársela a Vd. Nos dice la Madre: pues me parece muy bien, por mi parte les digo desde ahora que sí, y que sí. Pero esto mismo voy a comunicárselo a las dos Madres del Consejo. Marchó muy deprisa, y yo me fui a una reja que había frente al jardín de hierro, y vi que una Madre, ya anciana estaba paseando por el jardín y se acercó a ella, y, al comunicársele nuestro asunto, le oí decir: Sí Madre, sí, pobrecitas, déselas las llaves, déselas. Sin más testigos, sin garantía alguna, ni más nada, se ejecutó en este día este milagroso y extraordinario milagro con la entrega de la casa, llaves, y santo contrato.
Sólo tenía la casa una cama que era donde dormían los dos ancianos, ésta nos sirvió para dormir las dos; no encontramos dificultad alguna, pues también dormimos juntas en casa de Dña. María. No parábamos de darle gracias al Señor, por habernos dado tantas gracias y favores tan desinteresadamente, que aún parecía hasta increíble. Enseguida le escribimos a nuestra Madre todo lo ocurrido, sobre todo cómo había obrado el Señor, cómo la Santísima Virgen en su Divina Providencia… Así que nuestra Madre, al recibir nuestras letras, ve que nuestro Señor le llama, sin más regateos ni espera, se dirige hacia Madrid con el personal que creía necesario, llena de fe, esperanza, y de una confianza especialísima en la Divina Providencia…
(Testimonio escrito de sor Matilde Castillo sobre la SdD. 3-04-1976. 34 cuartillas mecanografiadas escritas por una cara. Orig. en Arch. de la Causa).