Era el 14 de septiembre de 1922. Al salir de vísperas me puse de rodillas delante de santo Tomás de Villanueva pidiéndole me diese alguien que nos ayudase a la fundación; una hora después me avisan llegaban unos señores que me traían una limosna de mil pesetas para las necesidades de la comunidad. A estos buenísimos señores les había pedido una limosna para pagar al panadero, que debía mucho, ¡estábamos tan pobres!… que Jesús se complacía en vernos sin cuidados por el día de mañana y con su providencia amorosísima cuidaba de nosotras con favores muy singulares como éste. D. Antonio Martínez Victoria y su Sra. Dña. Juana Vargas fueron los señores que vinieron a traerme mil pesetas de limosna, con lo que se acudió al panadero, y me dio ocasión de hablarles del deseo que sentía de que se hiciera un convento de capuchinas adoradoras que tuviesen la obligación de adorar al Santísimo Sacramento, y fuera su ideal y vida la Eucaristía; en una palabra, ser las pequeñas víctimas de amor que he anhelado toda mi vida, la adoración a Jesús Sacramentado… ¡Les gustó tanto la idea! que me ofreció volver otro día sola, como en efecto volvió al día siguiente: ¡No podía esperar, aquel alma tan de Dios, no podía esperar; el Señor había tocado muy al vivo aquel alma tan amada suya! Su visita y conferencia, parecía preparada por el Corazón adorable de Jesús, y más que con una criatura la veía encenderse tanto con el amor que llegó a ofrecerme ir al Sr. Arzobispo y ofrecerse a hacerlo todo si el Prelado se lo decía.
En efecto, al día siguiente de esta conferencia, en octubre del año 1922, se presentó al Sr. Arzobispo con su marido D. Antonio Martínez Victoria. El Sr. Arzobispo, D. Vicente Casanova y Marzol, los recibió con tanta benevolencia y cariño, que el noble y piadoso matrimonio sintieron ese entusiasmo que Dios da a las almas que prepara para un fin especial que la Divina Providencia tiene decretado ya, y las conduce de tal manera a ese fin, que se sienten como llevadas suavemente al plan divino, y van mucho más allá de lo que se les puede ocurrir. El mismo día volvió al convento la señora sola a comunicarme todas sus impresiones… ¡con un entusiasmo y fervor!… que de rodillas y con mi santo Cristo sobre la rejilla del locutorio (nuevo) la oía emocionadísima y llena de gratitud ¡Dios mío, cómo obras cuando quieres realizar los planes de tu Providencia divina sin que nada sea capaz de estorbarlo!… ¡Bendito seas, Señor de cielos y tierra, porque tu poder y bondad se extiende hasta este vil gusanillo de la tierra que tanta sed siente de que las almas vengan a Ti y beban en esta fuente viva de la sagrada Eucaristía, que es la vida de las almas redimidas con tu preciosa Sangre!… Doña Juana Vargas, toda entusiasmada me decía así: «¡Madre mía, venimos de ver al Sr. Arzobispo mi marido y yo, y no sé hasta a dónde hemos ido…! La verdad, que he visto a Nuestro Señor obrar a su gusto en nosotros, llevamos diez mil pesetas que entregamos al Sr. Arzobispo para que empezara la obra, y S. E. nos habló con tanto interés, y tocó al corazón de mi marido y al mío, que nos hemos ofrecido a todo, y confío que él lo hará todo, y si después de hacer este convento quiere otro, mis rentas todas para él han de ser; lo que el Señor quiera de nosotros aquí nos tiene». En efecto, empezaron la obra y no tuvimos que ocuparnos de más. Ella misma ayudó a hacer el plano, de su cuenta corrió el ir a ver las obras y dirigir la forma y orientación que le dieron a las celdas, coro, refectorio etc… Se bendijo solemnemente el sitio y pusieron la primera piedra el Sr. Arzobispo acompañado de su sobrino, D. Juan Cuenca, canónigo y confesor nuestro, D. José López y D. Ricardo y algunos más, el Sr. Párroco de Chauchina, D. Antonio Vargas, llevado allí por S. E. para que ayudase a la fundación y el día 24 de abril de 1923, día de san Fidel de Sigmaringa, capuchino, quedó puesta la primera piedra con una Virgen y un Sagrado Corazón, con la fecha de aquel día que D. Ricardo Pérez Reche nos preparó y el mismo entregó al Sr. Arzobispo para que la colocara en aquel sitio santificado el año seis por las plantas benditas de Nuestra Madre Santísima del Espino.