“Salimos para Pamplona esta noche, M. Inmaculada con sor María San Ignacio. … Nos hospedamos en el Hospital de las Hermanas de Santa Ana (antiguo convento de nuestro padre san Francisco). Las hermanas nos recibieron llenas de caridad y el domingo oímos la santa misa, el domingo 25 de abril, en el coro con las hermanas enfermas…. Extrañada noté que la gente subía y bajaba detrás del altar como una romería. En el retablo estaba la Inmaculada Concepción, el padre san Francisco y santos de la Orden. No podía ver bien quiénes eran los santos. Me pareció ver a la madre santa Clara que tenía un copón sobre el corazón y con la mano derecha señalaba el sitio donde la gente se acercaba y oía como si me tranquilizase mis dudas lo mismo que en Asís: “Si volviese a la vida, haría lo que tú, unida a la santa Iglesia Católica Romana, me consagraría a llevar almas a Jesús en esa forma como siervas y esclavas de Jesucristo adorándole en el Santísimo Sacramento, daría mi vida por salvarle muchas almas”. ¡Cuál fue mi sorpresa al ver la bendita imagen de un Cristo muerto como si en realidad fuese de un cuerpo vivo! … besamos sus sagradas llagas y, atrevida puse mi mano sobre la de Jesús y metí mis dedos en sus sagradas llagas. Sentía tocar una mano viva… calor y algo sobrenatural… Cómo tengo grabada en mi alma la voz de Jesús muerto: ¡Tengo sed de almas! Atraerme las almas a la Eucaristía, consolarme con vuestros sacrificios y adoraciones…”
(Madre Trinidad Esc. Cuad. 35).