«¡Dispuesta estoy a lo que el Señor quiera de mí, a dar mi vida por su amor y su gloria, ¡como él quiera!«.

¡AY MADRE!: LA VIZCONDESA DE TERMENS
Carmen Giménez Flores, la Vizcondesa de Termens, natural de Cabra provincia de Córdoba, fue una gran benefactora de la Obra de Madre Trinidad. Gracias a su colaboración, se pudo ver hecho realidad el convento de Berja en Almería. ¡Pero nada de esto ha ocurrido aún!
La madre Trinidad, acompañada de la madre Patrocinio y de sor Ángeles, salía de Berja el 14 de julio de 1933 camino de París. Iba con la intención de fundar un convento que sirviese de refugio a las religiosas de Chauchina y de Berja. Tenían prevista dos paradas: una en Granada y otra en Madrid. En Granada para visitar al obispo auxiliar y vicario general en sede vacante y para unirse al sacerdote don José Alonso, que acompañaría a las tres monjas en el viaje; en Madrid para obtener los permisos del señor nuncio apostólico en España y arreglar los pasaportes. Sobre la marcha decidieron hacer una parada en Cabra para visitar a la vizcondesa de Termens, la gran benefactora del convento de Berja y que le ayudaba en este viaje.
Me encuentro andando por Cabra, un municipio de la provincia de Córdoba en España, mi misión es encontrar la morada de la Vizcondesa, una casa grande de vallado de piedra color blanco, según me ha contado don Francisco, el ayudante de don Sebastián Carrasco, Vicario de Melilla.
A las cuatro y media de la tarde, la Vizcondesa debería esperar con su sobrina Carmencita en la estación de Cabra, la llegada de Madre Trinidad con madre Patrocinio y sor Ángeles.
Sabía que eran las doce del día, por como una vecina daba la hora a voces desde una ventana de la Plaza Vieja, a otra moradora. – ¿Ande vas con tanta calor? ¡Son las doce ya! ¡Te vas a quedar como cándalo! A lo que la otra respondía: – ¡Andando a la gasca que voy María! (Las dos reían)
No tenía mucho tiempo, aceleré un poco mi paso con la esperanza de cumplir mi propósito encontrándome una preciosa iglesia en mi camino. La puerta estaba abierta, me metí en su interior y encontré un texto que decía: “Parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción y Ángeles. Construida por los hermanos de Calatrava sobre una antigua mezquita musulmana que pasó a ser dedicada a Santa María de los ángeles en 1241, fecha de la conquista de la ciudad por Fernando III”.
El ambiente en la iglesia era fresco y tranquilo, un refugio del calor abrasador del mediodía en esta época del año. Las paredes estaban adornadas con imágenes de santos, y el aroma a cera y flores frescas llenaba el aire. Me detuve un momento ante el altar a saludar al Señor, y pedirle me guiará en este cometido. Pronto se me acercó un sacerdote, me levante y haciéndome un gesto para que no me incorporase me dijo: – Tranquila hija.
– Padre. – Respondí poniéndome de pie. – Disculpe, pero no soy de la zona. Vengo con un recado para la Vizcondesa de Termens. – Continué.
– ¡Acabáramos hija! – Respondió con alegría. – Perdone a este viejo potral, pero según están las cosas… – Acabó diciendo el cura mientras se sentaba en un banco, que con un ademán amable me invitaba a sentar con él.
El religioso me dio unas indicaciones para llegar hasta la casa, también me advirtió que no hablase con todo el mundo, que no pasara por las obras donde se estaba construyendo la carretera a la Sierra, que la sociedad Fraternidad Campesina, protestaba porque no se observaba el turno de la oficina de colocación, y podría ser peligroso para una muchacha tan manganta como yo. (Más tarde descubrí que se refería a mi delgadez)
Decidí seguir las indicaciones del religioso con cautela. Caminé por las calles empedradas del pueblo consciente de mi vulnerabilidad, mantuve la mirada fija en el camino, evitando el contacto visual con los grupos que se aglomeraban en las esquinas. A medida que me acercaba a la casa, el murmullo de la sociedad Fraternidad Campesina se hacía más evidente. Los ecos de sus protestas resonaban en el aire, llenos de pasión y frustración. La construcción de la carretera había dividido al pueblo y, aunque sabía que no debía involucrarme, la curiosidad se apoderó de mí. ¿Qué les movía a alzar la voz? Sin embargo, recordando la advertencia del religioso, decidí mantenerme alejada de la agitación. ¡Demasiado tarde! ¡La turba de personas me engulló arrastrándome con ellos en dirección contraria!
Intenté con todas mis fuerzas salir de aquella aglomeración, pero el sacerdote tenía razón, soy demasiado “manganta”, y no disponía de las fuerzas suficientes para zafarme de la gran cantidad de hombres robustos caminando en mi contra. Recibí un golpe que me tiró al suelo dejándome magullada la rodilla izquierda, mientras las personas seguían su ruta alentados por las mismas consignas unas y otra vez. Me erguí como pude, y zarandeada por el gentío me hice a un lado abandonando la manifestación, con tan mala suerte que caí en el Arroyo de la Perdiz, quedándose mi zapato izquierdo atrapado entre rocas.
¿Y ahora qué? ¿Cómo salgo de esta situación? ¿Llegaré pronto a la casa de la Vizcondesa? ¡Ay Madre!
Continuará…