Habían terminado la iglesia y una parte de convento, suficiente para establecer la comunidad (de 18 religiosas cabrían), dormitorio, celdas, coros, refectorio, cocina, torno, locutorio y confesonario. Todo pequeño, pero muy bien dispuesto. Era el mes de marzo de 1925 y todas verían con gusto que el 19 al 20, día del patriarca san José, y aniversario de la consagración a Dios en la catedral de Asís de la madre santa Clara y fundación de la Orden, entrasen en la nueva fundación y convento las 12 religiosas que estaban designadas para la nueva fundación.
Parece que el demonio, que trabajaba por todos los medios por deshacer la fundación, puso en algunas personas la idea que no debían irse hasta el otoño, que se secara bien la obra porque enfermarían; y en efecto, el Sr. Arzobispo a todos les contestaba que hasta octubre lo más no las dejaría ir.
La Abadesa, que veía el sufrir de la comunidad, unas y otras, sin poder evitado, no veía más solución que la oración, se encomendó a la Santísima Virgen diciéndole: Madre mía, tuya es la obra, en el Calvario estoy con vos, recibir mis penas y sufrimientos… dispuesta a sufrirlos… lo que vuestro Hijo santísimo quiera, pero si es de vuestro agrado cambiar el corazón el Sr. Arzobispo (que acababa de decir a D. Ricardo: «¡Qué interés tienen en llevar las monjastan pronto!, hasta octubre no irán»).
Era Viernes Santo, 10 de abril, cuando la Abadesa y la Secretaria desconsoladas y sin esperanza en lo humano, depositaban a los pies de la Santísima Virgen de los Dolores (que estaba en el coro alto sobre una mesa) sus penas, diciéndole: Madre mía, no queremos mas que vuestro Hijo y vos seáis glorificados, hágase como sea su voluntad santísima; quedó en todos los oficios del viernes la Abadesa a los pies postrada de nuestra Señora y hablándole interiormente le dijo: «Ve y escribe al Prelado y dile de mi parte que quiero que el sábado vayáis a mi Santuario, me acompañéis en mi soledad y salgáis de aquí el sábado y la primera comunión la hagáis con la fe que fueron de madrugada al sepulcro con las Marías a recibir a mi Hijo santísimo el Domingo de Resurrección en la ermita donde yo deseo deis culto perpetuo a mi divino Hijo Sacramentado, en donde quiero le encontréis por primera vez con las ansias que le buscaron las Marías Resucitado».
Sin terminar los oficios divinos, los dejó para ir a escribir al Sr. Arzobispo según el impulso recibido de la Santísima Virgen, al terminar el refectorio, a las doce y media, envió la carta a Palacio; con una confianza grandísima en las palabras de la Virgen Santísima, esperando se resolviera como fuese del agrado del Señor.
Cuatro horas después, cuando se preparaba la comunidad para ir a las tinieblas (el Viernes Santo), llegó el Sr. Arzobispo, a las cinco de la tarde, con el Sr. Provisor. Mandó abriesen la clausura, y entró como un santo y como un padre bondadosísimo, inspirado por el Espíritu Santo y llevado por la Madre divina de los Dolores, que es vida y dulzura, consolándolas y animándolas a todas, leyó el Rescripto de Roma, a la comunidad toda, que estaba reunida y el oficio firmado por las 12 religiosas que voluntariamente querían ir a la nueva fundación. Las exhortó a la caridad y unión que debía reinar entre las dos comunidades, dándoles a las que salían sus ropas y todo lo necesario como buenas hermanas, recibió la renuncia de la Abadesa, diciéndola, entregase las llaves y cuentas a la Vicaría, que desde aquel momento quedaba de Presidenta, y las aconsejó mucho se ayudaran mutuamente, viendo en la nueva fundación una gracia singularísima del Señor que manifestaba cuánto le agradaba aquella comunidad cuando de ella sacaba una fundación con tan altos fines, en unos tiempos tan indiferentes y relajados, y dispuso que al día siguiente a las 3 de la tarde, Sábado de Gloria 11 de abril de 1925, fuese el Sr. Provisor y D. Ricardo Pérez (con otras dos Sras. tías de D. José López Muñoz), con un auto, a acompañar a las religiosas a Chauchina, procurando avisar al Sr. Cura de Chauchina para que lo prepararan todo para el Sábado Santo a las cinco de la tarde, encargándole al Sr. Provisor preparara comida y cuanto necesitaran en las despensa para que quince días comiesen por su cuenta, y bendiciéndolas a todas y lleno de bondad se despidió hasta el siguiente día, diciéndoles que si alguna más de las que habían firmado quería ir, se pusiera de pie, y aunque había muchas que se hubiesen venido, ninguna pidió por temor a queno se lo concediesen, y así lo permitió la divina Providencia para nuestro mayor bien.
Madre Trinidad Carreras