Madre Sagrario García y Madre Matilde Castillo fueron de las primeras religiosas. Acompañaron muy de cerca a Madre Trinidad y nos dan a conocer algo de su espíritu de fe, de su fortaleza, de sus sentimientos maternales, en la narración de los acontecimientos que vivieron.
Madre Sagrario García entro el Convento de Berja, fue formada por la M. Trinidad y era muy cercana a ella; vivió los momentos de la fundación con sus problemas y alegrías. Compartimos su testimonio sobre lo que ha visto y vivido y se nota que tiene cuidado en no salirse de ello. Sufrió la persecución religiosa de 1936 y describe la destrucción del convento de Nuestra Señora de Gádor, la estancia de las religiosas en Almería hasta que pudieron pasar a la zona nacional y la restauración del convento una vez terminada la guerra.
Escribió este testimonio por encargo de la Madre General en Granada en el año 1970.
Compartiremos con vosotros esta serie de relatos, que no serán contados de forma cronológica, sino que destacaremos aquellos que consideramos más interesantes.
Comenzamos con el primero:
“LA MUÑEQUITA”
«Como nos reuníamos bastantes religiosas, nuestra Rvdma. Madre dispuso llevar a algunas a Portugal, siendo de las que habíamos estado con los rojos, no tocándome a mí el ir por entonces, lo cual me causó un poco de penilla, pero sí lo hice al poco tiempo y profesé solemnemente. Grande fue mi alegría al verme reunida con todas, principalmente con nuestra Rvdma. Madre que tanto la quería, la cual a los pocos días de estar allí me dice: “venga que le tengo preparada una labor que por ahora no quiero que lo sepa nadie”, y, riéndose, me enseña una muñeca preciosa con el pelo rubio, y le pregunto riendo: “¡Madre!, ¿pero para qué es?” Nuevas risas y continúa: “Mira, quiero que le hagas un uniforme con esta tela (que tenía preparada) vino burdeos, y que la adornes con blanco y una boina lo mismo, con igual adorno. ¿No adivinas el significado?” “Qué sé yo Madre, me parece muy original”. Pueste lo diré, “que como somos Eucarísticas, quiero que las niñas que tengamos, vistiendo este uniforme, nos sirva para que nuestro pensamiento no se separe nunca de mi Jesús Sacramentado, el cual debe ser el único amor de nuestras almas. El encarnado simboliza el vino y el blanco la hostia” y, dándole un abrazo le digo: “¡Qué amor tiene a la Eucaristía!” Nos fuimos a una habitación un poco apartada, poniendo allí mi taller para no ser vista y… ¡manos a la obra! Me hacía varias visitas en las que me daba su parecer, haciendo varias pruebas hasta que decidimos fuese con una tabla hueca un poco ancha en cada hombro hasta abajo, cuello redondo blanco y puños y banda blanca también, pero la boina dio un poco de lata por no saber cómo poner la colocación del adorno, inventando fuese una especie de zigzag todo alrededor, hecha una muñeca de verdad»
