En la vida de Madre Trinidad hay muchos signos proféticos, a pesar de su sencillez de vida experimento muchas gracias místicas, en algunas, como en esta, el Señor le adelanta la misión que tendrá como educadora, y lo hace de una forma muy curiosa que te presentamos a continuación.
En septiembre del año 1898, a causa del mucho trabajo de enfermera por las madres ancianas, tenía que subir y bajar continuamente. A veces, para ayudarme a padecer aquellos grandes trabajos con la presencia de Dios, por no tener costumbre, y por ser fuerte la violencia de mi propio carácter, tan soberbia para mostrarme dulce y cariñosa con las enfermas, me ponía en la suela de la sandalia algún chino o piedrecita que se me hizo un callo y queriendo sacar con unas tijeras la piedrecita que quedó entre cuero y carne, se me infestó, pensando el médico que si no bajaba la inflamación tendría que extraer o amputar el pie. En efecto, me lo sajaron teniéndomelo que curar el médico todos los días. Me llevó una monjita un rosario tocado a la Inmaculada Concepción que decían hacía muchos milagros. Yo no sentía gran devoción, porque no sentía esa fe que las monjas a esta devoción. Al ponérmelo sentí grande alivio y aquella noche no tuve fiebre, pero me pareció ver en una plaza espléndida, que llevaban en procesión la sagrada imagen de la Inmaculada las siete Fundadoras que repartían aquellos rosarios a cuantos enfermos y devotos lo pedían. Yo quise entrar con otras muchísimas personas en aquella cerca custodiada por los ángeles, y no me dejaban pasar. Pero un venerable anciano, de aspecto devotísimo, cogió a varias niñas pequeñas y pobres y me decía: entre con ellas y la Santísima Virgen le dará sus gracias, y al acercarle aquellas cinco niñas pobres, la Santísima Virgen abriendo sus purísimas manos, me entregó una porción de rosarios y parecía decirme: Dale a las niñas que recojas en mi nombre estos rosarios y yo les alcanzaré todas las gracias que por ellos me pidan de mi Hijo santísimo, y cuantos los lleven no morirán en pecado, repitiéndome las mismas promesas que a la venerable M. Concepción.
Al día siguiente había Jubileo circular y las religiosas fueron a la misa cantada a las 10 de la mañana, y estaban limpiando los albañiles los tejados altos del convento. Se le rompió la soga y el desgraciado Valdivieso, albañil, cayó a la calle de los Frailes haciéndose una tortilla. El ruido que la gente movió me asustó tanto que me eché de la cama al suelo para avisar en el coro, y no podía mover el pie; le recé a la Virgen Santísima, y pude dar algunos pasos. Entonces me encomendé al santo del día, me descubriese aquel sueño a visión, y estando rezando los maitines de san José a Cupertina, me pareció verlo al lado de mi cama diciéndome: No es un sueño lo que viste anoche, la Santísima Virgen quiere que recojas las almas abandonadas y pobres y las acerques a la sagrada Eucaristía; para ello sírvete del santo Rosario que la Señora le daba para que sea el anzuelo y cadena con que las prendas a Jesús Sacramentado, en donde la Madre Purísima le alcanzará la gracia de preservarlas del pecado.
Muchos años llevaba grabada en mi alma esta idea…Cómo yo puedo hacer esto…Y me dediqué a enviar grande porción de rosarios a la M. París, de las adoractrices, para que los repartiera a las niñas abandonadas, de las cuales vinieron después a ser religiosas una Sor Magdalena de la Divina Gracia, que me decía el Confesor se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: “Vete, baja al Pozo y pide a las monjas, mis hijas, con hábito y cuerda negra, como yo vestí después de la muerte de mi Hijo santísimo”.
Esto último sucedió el año 25, cuando fundamos el convento de Chauchina y cuando la Revolución se marchó y murió en San Antón como una Santa.
Sor Trinidad.