En algún momento la Vida Consagrada cambió en ciertos aspectos para bien, volvió a la esencia del Evangelio, del discípulo que nada tiene y que todo espera de Él. Pero antes, era necesario asegurarse el sustento de las postulantes o candidatas a monjas para que no supusiese una carga imposible de llevar a la comunidad. Las dotes, esas seguridades humanas que quedaron atrás en la historia, suponían una piedra de tropiezo para muchas que, deseando ingresar en un monasterio, tenían el impedimento de no poderse permitir las dotes. Madre Trinidad (Mercedes), lo supo de primera mano, y tras un trance largo de problemas y contratiempos para darle hábito, el Señor lo dispuso todo para que quedase de monja en San Antón, consiguió su dote y mira por donde, aquella, a la que no querían dar la vestición, llego a ser elegida y reelegida abadesa del convento. Luego también fundadora y Madre de muchas hijas y niños. ¡Qué cosas más ocurrentes tiene Dios!
El Padre Palomo Crescencio nos regala el relato:
Al final vencidos los avatares de la contingencia, quedó resuelto y Mercedes pudo acercarse a recibir el santo hábito de capuchina el día 21 de noviembre, fiesta de la presentación de la Virgen María, de 1896.
Días antes hizo los Ejercicios Espirituales que toda religiosa debe hacer previamente a la toma de hábito. Se los dio su director espiritual el padre Ambrosio de Valencina y durante ellos le dijo: «¡Pobre peregrina! ¡Qué largo y penoso camino te espera para llegar a donde Jesús te quiere! Tempestades horribles… noches tenebrosas… soledades espantosas en las que llena de miedo te sentirás en los dientes de las fieras… ¿Qué hará entonces mi pobre peregrina? ¿Quieres que te lo diga, hijita querida?… Pon tu atención a mis palabras: recibe diariamente la sagrada Comunión y con este divino pan no desfallecerán nunca tus débiles fuerzas (entonces no estaba establecida la Comunión diaria y desde aquel día no dejé de hacerlo siempre que podía); toma en tu mano el báculo de la cruz; abrázate con cariño a ella; confía en su fortaleza, que apoyada como báculo te defenderá y sostendrá; y eleva tus miradas a la estrella María Santísima, tu madre, de quien no apartarás tus miradas para invocarla, amarla y imitar su vida admirable… ¡Oh entonces, hija de mi alma!, camina segura que después de subir al calvario con el divino Esposo padeciendo sus agonías, serás resucitada con él en el cielo…»
Durante la ceremonia de vestición del hábito le cambiaron el nombre de Mercedes por el de sor Trinidad del Purísimo Corazón de María. La partida de este acto dice:
«En el convento de Jesús María de capuchinas de esta ciudad de Granada, en el día veinte y uno de noviembre de mil ochocientos noventa y seis, como a las cinco de la tarde, tomó el santo hábito de esta Comunidad sor Trinidad del Purísimo Corazón de María, que nació el veintiocho de enero de mil ochocientos setenta y nueve, siendo bautizada con el nombre de María de las Mercedes el treinta del mismo mes en la iglesia parroquial de la Encarnación de Monachil; hija legítima de don Manuel Carreras Chamorro, natural de Martos, provincia de Jaén, y de doña Filomena Hitos Linares de Monachil, provincia de Granada; entró en la clausura el día veinte y dos de julio del año mil ochocientos noventa y dos, habiéndole investido el santo hábito la reverenda Madre que suscribe, después de haber precedido en uno y en otro acto la aprobación por medio de votos de la reverenda Comunidad y la correspondiente licencia del dignísimo Prelado, Excmo. e Iltmo. Sr. D. José Moreno Mazón que a petición de la referida madre Abadesa se dignó dar comisión al M. R. P. Fr. Francisco de Benamejí, exprovincial de los PP. Capuchinos de la provincia de Toledo, Guardián del Convento de San Lucas de Barrameda y Superior en comisión de esta residencia de Granada, el que bendijo la cuerda y el santo hábito y practicó las demás ceremonias, que previene el ritual de la Orden. Y para que conste lo firmo en este mi referido Convento el día veinte y uno de noviembre del año mil ochocientos noventa y seis.»
Este es el origen del cambio de nombre. Una costumbre piadosa que aún se conserva en algunas órdenes o institutos, pero que tenía como trasfondo espiritual, un cambio de vida, de costumbres, de propósito. Por decirlo de una forma poética, por cierto, bastante extendida en el mundo monástico: una flor nacía en el jardín de Dios: Trinidad. En contraparte, Mercedes con su “hombre viejo”, moría para todo lo que no fuera Dios.
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