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Padre mío, no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal (Jn 17,15).

 

Las pruebas y tribulaciones de fuera no son nada si las comparamos con aquellas que dentro de nosotras sentimos. A las primeras se las resiste con todas las fuerzas unidas, pero tratándose de éstas las fuerzas están lánguidas y decaídas, pugnan en combate mutuo las potencias del alma, combate temible que el Apóstol describe en estos términos: No hago el bien que quiero, mas el mal que aborrezco (Rom 7,15).

Me gocé en la ley del Señor según el hombre interior y veo en mis miembros otra ley que repugna a la ley de mi espíritu (Rom 7,23).

Estado es este desolador para mi alma fiel, y guerra temible en que el miedo y discordia de las pasiones la dejan aturdida, confundida y humillada.

De ahí es que temblemos sin cesar temiendo sucumbir. Esto tenía a la vista el mismo Apóstol cuando exclamaba: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rom 7,24).

Es verdad que si no esperáramos en la misericordia Dios nuestro Señor y no nos animáramos con el ejemplo de tantos santos que sintieron tan horriblemente esta lucha de las pasiones contra la conciencia, el alma se desesperaría sin remedio.

Sin embargo, debemos animarnos y acudir confiadamente a Jesús Sacramentado, que nos está mirando y recreándose de vernos resistir, conservándonos fieles en medio de tantos enemigos.

Dice san Agustín: La vida del hombre justo en la tierra es pelea y no triunfo, y así oímos ahora voces de guerra cuales son las que da el Apóstol sintiendo la repugnancia y contradicción que la carne tiene a lo bueno y la inclinación tan grande que tiene a lo malo. Pero la voz del triunfo oiráse después cuando este cuerpo corruptible y mortal se revista de incorrupción e inmortalidad. Y la voz de triunfo que entonces se oirá, será la del mismo Apóstol: ¿Dónde está muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón? (1Cor 15,55).

No nos espantemos ni atemoricemos de nuestras luchas; esta vida es tiempo de guerra y pelea y espantarse de las tentaciones es como si el soldado se espantara del sonido del tiro y del cañón y se quisiese volver de la guerra.

Dice san Gregorio que el tener tentaciones no es sólo cosa de hombres, sino muy propias de hombres espirituales y que tratan de virtud y perfección.

Y san Agustín como muy versado en esta prueba y pelea añade: En los buenos, que tratan de virtud y perfección, apetece la carne contra el espíritu, pero en los malos que no tratan de eso no tiene la carne contra quién apetecer, porque no hay espíritu que la contradiga ni pelee contra ella.

No hay, dice san Juan Climaco, más cierta señal que los demonios han sido vencidos de vosotros que ven que os hacen mucha guerra. Por eso os la hacen, porque os habéis revelado contra ellos y os habéis salido de su jurisdicción.

El Señor permite siempre las tentaciones para nuestro bien y provecho. Quiere Dios que sean tentados y atribulados en esta vida los buenos y escogidos, porque esta vida es un camino, o por mejor decir un destierro, por donde andamos caminando y peregrinando hasta llegar a nuestra patria celestial. Y para que no nos entretengamos, ni detengamos, quiso el Señor que esta vida fuera llena de trabajos y tentaciones, para que no pongamos nuestro corazón y amor en ellas ni tomemos el destierro por la patria.

Dios nuestro Señor pone amargura en las cosas de esta vida, para que los hombres se aparten de ellas y todo su corazón lo pongan en el cielo, pues los trabajos que nos fatigan y aprietan en esta vida, hace que nos volvamos y acudamos a Dios nuestro sumo y único bien.

Consolémonos y animémonos a pelear que aunque la tentación al principio nos parezca un león terrible, si peleamos varonilmente puesta nuestra confianza en Dios, hallaremos después en eso mismo una dulzura y suavidad muy grande.

No desfallezcamos, que por este mar tempestuoso han navegado todas las almas que han arribado al puerto de la santidad. Poco importa que no conozcamos el rumbo que llevamos, ni dónde nos arrastrará esta corriente impetuosa. Cristo es el piloto que conduce la barca y ésta no podrá perecer. Él conoce el derrotero y nos llevará a las ignotas playas del amor divino, y allí, después de probadas y purificadas como el oro en el crisol, tendremos por descanso el Corazón divino de Jesús… .

Causa Madre Trinidad Carreras

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