En la Sagrada Escritura nos dice el Señor: «Yo amo a los que me aman… y me hallarán los que madruguen en buscarme»Prov 8,17..
Después de lo expuesto, no debe quedar duda a la capuchina eucarística de su misión en la tierra «hostias puras y santas, hostias santas ofrecidas al Señor», como nos dice san Pablo. Rom 12,1 Comprenderéis, hijas mías, lo que quiere decir capuchinas eucarísticas, que su misión en la tierra es adorar a Dios en el Santísimo Sacramento como le adoran los ángeles en el Cielo… «en espíritu y en verdad» Rom 12,1. Procurar su gloria y atraerle almas que le amen y adoren y nosotras servir al Señor en todas nuestras obras haciéndonos una misma cosa con Él y si Él es fuego divino de amor, destinado a abrasar las almas e inflamar en nuestros corazones las llamas de la más pura y ardiente caridad. ¿Y cómo dejar de amar a ese amor infinito oculto en el Santísimo Sacramento, que se hace nuestro alimento, que nos fortalece y abrasa los corazones con el deseo de los bienes eternos, y que produciendo en nosotros el deseo de amarle hasta morir… nos comunica el celo del bien de nuestros hermanos, especialmente de aquellos que partiendo y comiendo el sagrado Pan lo venden haciendo traición [a] aquel Corazón que nos amó y quedó con nosotros para ser el consuelo y alimento de nuestras almas?… Y por buscarle almas… padecería todos los tormentos…
¡Y he aquí nuestro ideal de víctimas, o sea capuchinas eucarísticas!… que como por el cumplimiento fiel de nuestra santa Regla debemos imitar al seráfico padre san Francisco que fue el más perfecto imitador de la víctima divina, nuestro divino Salvador, debemos entender que no abrazamos con la Eucaristía otra vida, sino que perfeccionamos ésta, con el fuego del Tabernáculo.
Si estos ideales fuesen secundados, por una instrucción más clara sobre sus deberes, elevaría a todas las almas religiosas a realizar nuestro fin único «completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo» Col 1,24.
Todas hemos sido llamadas a revestirnos de Jesucristo e identificarnos en su vida de inmolación y de víctimas, y por eso nos hicimos capuchinas crucificadas, así la vida de Cristo palpita en nuestras almas: y sufrimos con alegría a veces penas muy grandes… porque sentimos que Cristo divino quiere así sufrir en nosotras, y saciar sus ansias de padecer… y su sed de almas… y de aquí nace unir a nuestra vida de pasión, la inmolación de víctima, para identificarnos más con Jesucristo en la sagrada Eucaristía, y reproducir en nosotras todas las virtudes que Él practicó, vida de abnegación y sacrificio y vivir crucificadas con Él… ¡Qué felices si haciéndonos con Él una misma cosa, penetrásemos las grandezas sublimes de la vida eucarística que tan dulcemente nos asimila a Cristo recibiéndole…, adorándole y viviendo de su vida divina!, no tardaríamos en poder decir con pleno gozo y verdad «vivo yo, ya no yo sino Cristo vive en mí» Gal 2,20.