“Deseo repares, desagravies mi amor ultrajado, y atraigáis muchas almas a esta vida de adoración, inmolación y de víctima”.
Madre Trinidad del Corazón Inmaculado de María (28 julio, en el 1893).
¿Qué es adorar (פולחן)? Esta pregunta siempre ha rondado en la cabeza, pero sobre todo en la oración de los adoradores. Todas las grandes religiones monoteístas o no, introducen o filosofan acerca de este vocablo, también intentan en la medida de su conocimiento, ofrecer a su Dios/dioses una adoración leal.
Adoración es una palabra muy utilizada, no sólo en las distintas biografías de Madre Trinidad, sino también en sus escritos. La repite decenas, cientos de veces. Podemos decir que su vida y cada una de las composiciones literarias, tienen como trasfondo la adoración.
Las Esclavas de la Eucaristía y de la Madre de Dios, hacen además por deseo de la Madre Fundadora, un cuarto voto de adoración. Son adoradoras por vocación. Pero el tema de la adoración, no fue solo un asunto que concretó en su obra y que preocupara o mejor, mantuviese ocupada a Madre Trinidad.
Desde los tiempos de los primeros hombres, nos hemos enfrentado a una pregunta ¿Cómo? ¿dónde y a quién adorar?
En las oportunidades en las que el “A quién” se tenía claro, como es el caso de la historia de la Samaritana y Jesús (San Juan 4), la pregunta “del cómo”, seguía revoloteando como una cuestión sin resolver. Madre Trinidad, gracias a su familia especialmente, a los agentes educativos luego, recibió una sólida formación religiosa, conocía la Historia Sagrada.
Poco a poco va haciendo vida en su vida el mensaje evangélico, va descubriendo acordes ocultos, desconocidos de la verdadera adoración y como un manantial salen de forma espontánea, mientras escribe a sus hijas, apunta un mensaje recibido o esboza cartas espirituales o burocráticas. Es el tema por excelencia, el tema que mejor define su tendencia natural hacia la Eucaristía, quien según sus palabras era la auténtica razón de ser del instituto.
Es curioso que de ese encuentro con Jesús y la mujer de Samaria en el pozo de Sicar, saliera el lema de la congregación por ella fundada: “adorar a Dios en espíritu y verdad”.
Ella entiende la oportunidad de vivir cada día, sus luchas y esfuerzos, todo, a través del prisma de la adoración. Comprende que Dios no solo le pide adorar de forma personal, sino traerle muchas almas (desde niña, esta idea de anunciar a Jesús era algo casi natural): “A esta religiosa, que tan infiel e ingrata fue por un tiempo al Señor, el demonio la perseguía horriblemente hasta ponerla a punto de morir, el Señor le mostró el infierno, le manifestó su voluntad, la devolvió la salud, la probó con terribles sufrimientos y calumnias; y la pidió como satisfacción de sus años de pecados, le llevase muchas almas a la vida capuchina de adoración perpetua …”.
¡Pero la cuestión no era a quién o dónde adorar, sino cómo! ¿Cómo se adora? Y más aún ¿Cómo se adora en espíritu y verdad?
Por sentado, quedan descartadas las teorías serviles y opresoras donde Dios es solo el superior supremo que nos dirige y avasalla nuestra libertad. Fuera quedan también del corazón de la Madre, que entiende la adoración, sobre todo, como un acto espontáneo de amor.
La adoración es la actitud, el movimiento del corazón y la mente, la intención interna del hombre para Dios, implica el servicio (no el servilismo), la rendición, el amor, etc. Es decir, implica una forma de vida que permite vivir en comunión con el Espíritu Santo (Juan 4:24) que nos guía a toda verdad, desde la comprensión de un plan que se realiza en común: el plan donde Jesús en ella, adora al Padre y ella en Jesús se une a esa misma adoración.
No es cumplir por cumplir, rezar por rezar, ir a un sitio o portarse de alguna forma concreta, es conectar en una simbiosis de amor perfecta con el corazón de Cristo y desde allí entenderlo todo desde Él. No es un asunto que da por zanjado, sabe que la adoración y la alabanza se perfeccionan cada día y sueña así a sus hijas: “¡Oh Padre eterno!, concede a mi alma la gracia de pureza y amor con la que dé principio de veras a una vida de inmolación, de adoración y de víctima de vuestro amor sacramentado, reparando los ultrajes y sacrilegios que se cometen contra vos… Concede a mi alma atraeros a vos muchas almas a vuestra adoración, que al contacto de vuestra suprema pureza y amor queden enteramente espirituales, celestiales y divinas para ser dignas esposas adoradoras como lo son los ángeles en el cielo y lo fue en la tierra vuestra purísima Madre, María Santísima, mi dulce madre”.
En casi todas las más de 500 veces que se menciona la palabra “adoración o adorar” en sus escritos, casi en todas va de la mano de la palabra “amor”. Lo sabe la Madre, no existe adoración sin amor, sabe que la verdad en el adorador y también la interioridad e interiorización hasta mimetizarse en el acto de adoración, es un proceso dinámico. Quiere ser cada día mejor adoradora. Sabe que el acto de adorar si es verdadero no se alimenta de ritos sino de verdad y para ello, implica todo… compromete su espíritu.
Cerramos este articulillo con un extracto de sus escritos que causalmente titula: “ADORACIÓN EN ESPÍRITU Y EN VERDAD” y que repiten sus hijas todos los días al comenzar su hora de adoración delante del Señor:
¡Adorar, amar, reparar y desagraviar al Corazón eucarístico de Jesús por el inmaculado de María Santísima, nuestra dulcísima madre, por los sacrilegios e ingratitudes que se cometen cada día contra el agustísimo sacramento de la Eucaristía!
Nuestras vidas sacrificadas en la obediencia, nuestras privaciones y penurias de la santa pobreza, nuestra negación absoluta de nuestras bajas inclinaciones, es la penitencia, el desagravio y la reparación que Jesús nos pide para llenarnos de las riquezas y tesoros infinitos de su amor, haciéndonos dignas de esa unión que con él y su santísima Madre nos pide a las Clarisas Capuchinas Esclavas de la Madre de Dios. Amén.