Es evidente al leer los textos históricos de esta época, que ya desde 1910 Madre Trinidad trató de llevar a cabo la reforma, incluyendo la educación de algunas niñas pobres, sin embargo en los años posteriores no vuelve a mencionar esta inquietud.
En el año 1916, cuando estaba atravesando un duro momento en su vida religiosa debido a la oposición de la M. María Josefa de san Luis, nueva abadesa, quien le humillaba y calumniaba, y que le llevó a pensar que el Señor ya no le pedía la reforma, sintió otra llamada de Dios, mientras se encontraba en adoración el lunes 6 de febrero. En esta llamada podríamos entrever de nuevo la intuición relativa a la educación, siempre, por supuesto, teniendo como fin último llevar a las almas a la presencia de Jesús Eucaristía.
Madre Trinidad lo relata de esta forma: “Era lunes, a las 2 de la tarde, al empezar las vísperas me encontré trasladada a un campo desierto donde se levantaba un edificio hermosísimo, lleno de vírgenes, que con vestimentas blanquísimas nos invitaban a nosotras, en número de 12, humildísimas religiosas a tomar parte de aquella fiesta. Me pareció ver en el corazón inmaculado de María Santísima el Cordero Divino en la Hostia, que ella nos invitaba a recibir y adorar bebiendo de la sangre de aquel corderito, la sangre divina para fortalecernos y entrásemos en aquel campo, donde ganado sin pasto andaban esparcidos. Había hombres fuertes que cogían los corderos y nos daban a nosotras las crías… que la Santísima Virgen nos confiaba a nosotras limpiásemos la roña y llevásemos a la fuente de Jesucristo a que lavasen con su Sangre divina y los alimentásemos con su divino cuerpo Sacramentado.
Veía los corderos muertos por los lobos y quedaban tendidos y heridos, ¡Pocos curaban! En cambio las crías… que llevaban las 12 religiosas recibían con más ansias los pastos (de doctrina), vida… y parecía que la Santísima Virgen nos llevaba a la Sagrada Eucaristía donde quería bañásemos aquellos corderitos.
Sólo Jesús me dio entonces una sed de ofrecer mi vida por los misioneros para que fortalecidos por la fe y amor de Dios salvasen aquellas almas esparcidas y dispersas del aprisco de la Santa Iglesia tan combatida por el masonismo. Pero aquella visión dio a mi alma un deseo ardentísimo de salvar los huerfanitos de las guerras que traían y que querría hacer cristianos fervientes.” 1
Vemos aquí cómo M. Trinidad enfoca esta intuición, primero a la necesidad de pedir por los misioneros y después al celo por recoger a los huérfanos de la guerra. Recordemos que nos encontramos en este momento en plena primera guerra mundial.
Quizás en este contexto recibe Madre Trinidad este mandato que transcribe entre los años 1913 y 1925 “Traedme los fatigados en los caminos duros y difíciles de la culpa!… los pobres, los enfermos, los moribundos, los perseguidos de la infancia, ¡los defensores del honor! Los fracasados en la vida… ¡ a los abandonados en la miseria!… Encontrarán en mi corazón consuelo, socorro y remedio en sus necesidades, calmante en sus penas, alivios en sus dolores y descanso los fatigados ¡y el paño de vuestras lágrimas!… 2
2 Escritos 1 p.124