Roma, Pascua de Resurrección año 1943
¡Oh Trinidad beatísima! Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien como Dios altísimo y bondad absoluta os consagro esta Congrega¬ción de almas eucarísticas que han comenzado su apostolado bajo el amparo y protección del Corazón Inmaculado de María Santísima, vuestra Inmaculada hija, la elegisteis por Madre de la segunda persona, del Verbo, vuestro divino Hijo, que nos la dio por madre nuestra y Reina de cielos y tierra. Tú, Padre santo, te miras en el Verbo desde la eternidad, imagen perfecta tuya. El Verbo queda extático al contemplar tu belleza y del éxtasis de los dos, surge el Espíritu Santo como un volcán de amor y encarna en el seno de una Virgen el Verbo divino, y con su Fiat celestial, queda Madre de Dios y de los hombres, Reina y Señora de cielos y tierra, la humildísima e Inmaculada Virgen María.
¡Oh santísima Trinidad! Tú eres la única vida interior perfecta y superabundante e infinita, porque sois la bondad sin límites que deseas difundir tu vida íntima en las almas de esta Congregación, que al llamamiento de tu voz divina sintieron las almas y al eco de vuestro interior llamamiento, rindiéronse, adorándoos en la persona del Verbo Encarnado en la sagrada Eucaristía, haciéndose hostias con la divina Hostia en reparación y amor, en desagravio de los que no os conocen ni aman. Y esta pequeña nada, que quiso ser vuestra víctima de reparación y amor al conjuro de tu voz, sale esta obra de la nada y cogida en las manos purísimas de la Madre del Verbo divino, María Santísima, como madre nuestra, os la ofreció a vos, Trinidad beatísima, proclamando tus perfecciones y misericordias en darnos la Eucaristía por vida y alimento de nuestras almas, cantándoos himnos de gloria y acciones de gracias.
Así, merced al Espíritu de amor, hará de este barro amasado por tus manos, podrá ser deificado y tener parte en tu Bienaventuranza.
¡Oh dulcísimo Salvador, divino Jesús, “Dios con nosotros”! Tú entregas a tus apóstoles el Evangelio, tu Cruz y la Eucaristía, enviándoles a engendrar hijos de adopción para tu Padre.
¡Oh Espíritu divino, Espíritu de luz! Graba con caracteres indelebles el ardor que comunicasteis y transformó aquellos hombres dichosos que se congregaron en el Cenáculo bajo la eficaz protección de nuestra madre María Santísima, como maestra de esta Congregación que la recibió (como san Juan cuando la confió madre de los hombres) como madre y maestra. que nos enseñe que tú eres el principio soberano y Jesucristo la fuente.
¡Oh Espíritu de caridad infinita! Provoca en nuestras almas y corazones, presentes y futuros, una sed ardiente de vida interior, que tus suaves y poderosos efluvios penetren en nuestros corazones y voluntades, haciéndonos sentir que aún en este mundo no hay verdadera felicidad si no en esa vida interior, imitación y participación de la tuya, y del Corazón de Jesucristo divino modelo, en el seno del Padre de todas las misericordias y de todas las finezas de amor tierno y divino, de Jesucristo nuestro Señor.